«Dejarnos caer en esta hendidura. Habitar el paisaje de la desolación, las metáforas del desconsuelo. Desde la caverna, el laberinto, la tierra reseca y yerma, el tiempo de los guardianes del rencor y la miseria, los predicadores del humo y sus conceptos vacíos. ¿Es alegoría, construcción simbólica, una cosmogonía tan personal como intensa del desastre? Sin duda. Pero en ella nos reconocemos. Porque aparecieron “flores degolladas por todas partes”, “enloquecieron los pájaros”, llegó “la agonía de las hojas” y sólo “entonces surgieron las preguntas. Muchas preguntas. Demasiado tarde”. Vemos nuestro mundo. Encerrados en el laberinto. También la esperanza. Porque “es en los arrabales donde sobrevive la luz y el aire resulta respirable”, allí se reinventan las palabras y junto a los acantilados viven los que fueron expulsados del laberinto. “Hay un hombre labrando el porvenir”, es el hombre rebelde, el que “alberga la maltrecha esperanza”, el que, a veces, desfallece pero luego se levanta, escucha a los muertos, la imaginación de los niños, las preguntas de los ancianos. Para decir la palabra que “abrirá las mentiras del laberinto”, la que “hablará por boca de la piedad”. Derrotar el miedo, la sumisión, la palabra iracunda, llegar a los arrabales del consuelo y la imaginación. Hacer como ese hombre, esa mujer, ese anciano que ahora, en este mismo momento, sencillamente dice no. Y “labra el porvenir con las pavesas de la conciencia”. Hacer como ellos, como ellas, juntar las manos, reinventar las palabras, labrar el porvenir desde la lucidez de la conciencia. » Antonio Crespo Massieu.
…
La herida está en el costado de la rosa. Por ahí se desangra el mundo, poco a poco. Los que aún no lo saben, se acercan tímidamente a ella. La observan, le preguntan. Se muestran temerosos pero ella les sonríe. Les enseña la herida y luego cierra los párpados.
La herida está en el costado del mundo. Los que aún no lo saben, se acercan al precipicio. Lo observan, miran hacia el fondo. Allá abajo ven a hombres fuertes portando antorchas apagadas.
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Justo ahí se abrió la hendidura, donde la hilera de abedules se hace interminable y niega el final del camino. Sucedió que enloquecieron primero los pájaros. Se arrojaban violentamente contra la tierra, hundían en ella los picos y las alas, morían asfixiados. Antes de morir decían: está reseca, esta tierra está reseca. Luego vino la agonía de las hojas, la quemazón de los nódulos por los que transpiraba la inocencia. Finalmente, el ocre de la esperanza se difuminó entre la fermentación de la neblina.
Los hombres continuaban presos en la cárcel de la arrogancia y la tierra estaba cada vez más reseca.
RESEÑAS
El inventor de humo, 2014
Revista El Ciervo, 2014
Cuadernos del matematico, 2015. José Manuel Querol Sanz
Viento Sur, 2016. Antonio Crespo Massieu
Estudio preliminar Hendidura , José Manuel Querol Sanz
Espacio Luke, 2018