“Pájaros de granito“, Alberto Cubero, Legados ediciones, septiembre de 2008.
A cada instante
alguien es ya ceniza
y recuerdo.
A cada momento
el viento golpea un corazón,
algo muere, algo resucita
y la luz
es tan sólo un espejismo.
“La textura metálica del dolor“, Alberto Cubero, Leandro Alonso, El Sastre de Apollinaire ediciones, septiembre de 2011.
El caballo herido que galopa en los amaneceres ha gritado tu
nombre.
¿No lo has oído?
Ha sido un grito agudo, intenso, como salido de un dolor
inconsolable.
¿No lo has oído?
Como el grito de la madre ante el hijo moribundo.
Después ha comenzado a llover ceniza.
Miras al cielo y no aciertas a explicarte el incendio, qué incendio
de abrazos interrumpidos.
Has recordado que hay una estrella que arde por cada corazón
deshabitado.
Has recordado la luz vieja de las ciudades abandonadas y el olor
amarillo de las flores pútridas.
El caballo herido que galopa en los amaneceres ha gritado tu
nombre y el pronombre que te habita cuando nadie te
pronuncia.
¿Eres quien camina en las solitarias noches de invierno?
¿Eres el escultor de la nieve, el orfebre de la melancolía y de las
fuentes que la alimentan?
Llueve ceniza sobre las mujeres parturientas y sobre los ancianos
enloquecidos, ceniza sobre los rostros de quienes han
llorado el final de la música y la muerte del otoño.
Murió el otoño y el pájaro de la medianoche que cantaba las
resurrecciones.
Y tú has acunado su cadáver entre los brazos, has acariciado las alas flácidas, has contemplado los ojos ya fugados para siempre.
El cielo se estremece, se estremecen las raíces del sauce y el corazón noble de los que hablan con las sombras.
Tañen las llagas azules de los labios sellados, tañe el olvido, la
metástasis que enferma las fotografías y los calendarios.
No amanece.
No amanece aún.
Pero una luz persiste en la búsqueda, en abrir camino, en ser
camino, en reinventar sin descanso las desinencias de los
anhelos.
¿La ves?
¿Eres quien camina sobre la trémula cuerda de la esperanza?
“Hendidura“, Alberto Cubero, editorial Devenir, mayo de 2014.
Justo ahí se abrió la hendidura, donde la hilera de abedules
se hace interminable y niega el final del camino. Sucedió
que enloquecieron primero los pájaros. Se arrojaban violentamente
contra la tierra, hundían en ella los picos y las
alas, morían asfixiados. Antes de morir decían: está reseca,
esta tierra está reseca. Luego vino la agonía de las hojas, la
quemazón de los nódulos por los que transpiraba la inocencia.
Finalmente, el ocre de la esperanza se difuminó entre la
fermentación de la neblina.
Los hombres continuaban presos en la cárcel de la arrogancia
y la tierra estaba cada vez más reseca.
“Tránsitos“, Leandro Alonso, Alberto Cubero, editorial Evohé, febrero de 2017.
Líneas que se cruzan, hieren.
Espacio invisible para la conciencia. Gotas de lluvia sobre fondo desconocido.
Hacinamiento de ramificaciones. Laberinto.
Miradas auscultándose.
Laberinto.
Miradas ocultándose.
En algún lugar, el enigma respira.
Transitas sin comprender la hondura de este verbo.
Estás allá donde niegas la existencia, en vano.